Estudio de la UNICACH visibiliza nueva forma interculturalidad en la frontera sur
A través de la comida, mujeres migrantes de Centroamérica, han logrado transformar la manera en que son vistas por comunidades locales del sur de México. Así lo documenta el proyecto de investigación titulado "Cocineras centroamericanas en México: experiencias de habitar a través de la comida", desarrollado por el docente investigador Hugo Saúl Rojas Pérez, de la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (UNICACH).
El estudio, que incluyó la colaboración de los ahora licenciados en Desarrollo Humano de Daniel Octavio Espinoza Carranza y Laura Alicia López Maldonado, explora cómo mujeres migrantes de Honduras y El Salvador, han sido capaces de integrarse socialmente y ser reconocidas como emprendedoras en municipios fronterizos como Ciudad Hidalgo y Suchiate, superando los estigmas que tradicionalmente enfrentan.

“En muchos de estos contextos, las mujeres centroamericanas suelen ser asociadas con trabajos precarios o incluso con actividades estigmatizadas como sexoservidoras, meseras de cantinas o robahombres (sic). Sin embargo, algunas han logrado resignificar su papel en la comunidad a través del emprendimiento culinario”, detalló Rojas Pérez integrante también del cuerpo académico Desarrollo Humano, Sustentabilidad y Cultura#.
“La comida se convirtió en un puente de integración”, explica el doctor en antropología Rojas Pérez. “Las pupusas y las baleadas —platillos típicos de El Salvador y Honduras— encontraron un lugar dentro de la vida diaria de la comunidad local, no solo como alimentos, sino como vehículos de reconocimiento social”.
Las pupusas, similares a las gorditas mexicanas, pero con menos grasa, y las baleadas, una especie de burrito hondureño, se venden fácilmente en la calle por ser accesibles, económicas, (con un precio que oscila entre los 15 y 25 pesos mexicanos) y prácticas, lo que ha permitido que estas mujeres construyan redes de confianza e intercambio con la población local.

El enfoque de la investigación es interpretativo, centrado en comprender cómo las personas significan su experiencia de vida cotidiana. Para ello, se trabajó con mujeres migrantes y sus familias (alrededor de 100 personas), empleando observación participante y diario de campo como principales métodos, en lugar de encuestas o entrevistas estructuradas. “Yo cociné con ellas. Compartí su día a día. Me interesaba más cómo viven y construyen comunidad, que solo contar cuántas son”, señala el investigador.
Una de las principales conclusiones del estudio, es que la interculturalidad no puede sostenerse solo en el respeto simbólico o verbal, sino que debe tener una función práctica que conecte a las comunidades de origen y destino. “El respeto sin funcionalidad se vuelve aparente, superficial. Pero cuando ambas partes obtienen algo valioso del intercambio, como en este caso ocurre con la comida, entonces sí hay integración real”, afirma Rojas Pérez.
Actualmente, el proyecto vive una nueva etapa de investigación en Tuxtla Gutiérrez, con la participación de estudiantes y docentes de la Licenciatura en Desarrollo Humano de la UNICACH. Esta segunda fase, busca fortalecer la dimensión formativa del estudio, “el objetivo es mostrar cómo los procesos migratorios no solo suponen retos, sino también oportunidades para repensar cómo habitamos y convivimos desde lo más cotidiano: la comida”, concluye Rojas Pérez.
El artículo académico de la investigación puede visualizarse en la siguiente liga: https://www.scielo.org.mx/scielo.php?pid=S0187-69612025000100104&script=sci_arttext